Salto a salto creyó entender cuánto de juego tenía aquello.
Debía aprovechar ahora que la marea aún estaba baja, y que apenas las olas le arrojaban algunas gotas blancas y saladas cada cierto tiempo. Tenía bien perfilado su arpón, y sólo la técnica, mejorable, le impedía tener el éxito para el que se entrenaba, casi sin saberlo. Al fin y al cabo, como algunos dirían, acababa de abandonar el nido.
Sus piernas largas no le impedían resbalar entre las rocas y dar algún tropezón que hacía las delicias de un puñado de niñas y niños en la orilla.
Algunas risas rompían la atmósfera húmeda cuando eso sucedía.
Al fin un incauto, escamado y brillante, pereció casi ensartado y se vio, tras una leve y certera pirueta en el aire, engullido sin más cortesía.
La joven garceta había pescado su primer pececillo.
Jose Gracia y Calvo
Jerez (Cádiz), 27 de marzo de 2008
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