martes, 1 de abril de 2014

Opinión. ¿Para qué sirve una nube?


Tan acostumbrados parecemos a tenerlas siempre ahí, en sus tan variadas formas, tamaños, colores y persistencias, que a veces ni las valoramos. Otras veces incluso las detestamos, nos molestan o causan incomodo, desconfianza y pánico.

Lo cierto es que el caso de la nube de Atocha ha levantado todo tipo de opiniones, incluso encontradas y desencontradoras. Desde quien desea movilizar a La Legión para rescatar a la nube hasta quien quiere mandar a los mismos tipos de la cabra a "desennubar" todo el cielo de Madrid: se ahorraría una pasta en electricidad.

Ahora que no la tenemos hay quienes nos hemos vuelto a acordar de las nubes de nuestra infancia, esas que aplacaban la calor del verano, desparramaban generosamente las lluvias de otoño, angostaban el cielo de invierno y amenazaban las fervorosas fiestas de primavera.

Ya no hay nubes como las de antes, escuché decir ayer a un grupo de hombres mayores que jugaban al mús en torno al dragón de La Elipa. Tampoco hay ya caballeros como los de antes, añadió al aserto un grupo de señoras cuya edad me evocó al Nestquick de mis desayunos colegiales, cuando aquel cacao supersoluble venía en lata. ¡Pues tampoco hay ya fé como la de antes!, añadió el párroco de Ventas sin venir a cuento (o sí).

Sea como fuere, lo cierto es que estos días todo el mundo en Madrid nos preguntamos para qué sirve una nube, mientras miramos al cielo de Atocha esperanzando el regreso de la algodonosa y blanca Perséfone.

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Jose
el fontanero soñaba ser caracol
31 de marzo, 2014
Microcuentos de la nube
Madrid, autovía de Andalucía, Alcalá de Guadaira

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