Tan acostumbrados
parecemos a tenerlas siempre ahí, en sus tan variadas formas,
tamaños, colores y persistencias, que a veces ni las valoramos.
Otras veces incluso las detestamos, nos molestan o causan incomodo,
desconfianza y pánico.
Lo cierto es que el
caso de la nube de Atocha ha levantado todo tipo de opiniones,
incluso encontradas y desencontradoras. Desde quien desea movilizar a
La Legión para rescatar a la nube hasta quien quiere mandar a los
mismos tipos de la cabra a "desennubar" todo el cielo de Madrid: se
ahorraría una pasta en electricidad.
Ahora que no la
tenemos hay quienes nos hemos vuelto a acordar de las nubes de
nuestra infancia, esas que aplacaban la calor del verano,
desparramaban generosamente las lluvias de otoño, angostaban el
cielo de invierno y amenazaban las fervorosas fiestas de primavera.
Ya no hay nubes
como las de antes, escuché decir ayer a un grupo de hombres
mayores que jugaban al mús en torno al dragón de La Elipa. Tampoco
hay ya caballeros como los de antes, añadió al aserto un grupo
de señoras cuya edad me evocó al Nestquick de mis desayunos
colegiales, cuando aquel cacao supersoluble venía en lata. ¡Pues
tampoco hay ya fé como la de antes!, añadió el párroco de
Ventas sin venir a cuento (o sí).
Sea como fuere, lo
cierto es que estos días todo el mundo en Madrid nos preguntamos
para qué sirve una nube, mientras miramos al cielo de Atocha
esperanzando el regreso de la algodonosa y blanca Perséfone.
* * *
Jose
el fontanero soñaba ser caracol
31 de marzo, 2014
Microcuentos de la nube
Madrid, autovía de Andalucía, Alcalá de Guadaira
el fontanero soñaba ser caracol
31 de marzo, 2014
Microcuentos de la nube
Madrid, autovía de Andalucía, Alcalá de Guadaira
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