Era agosto, y aún así la vida no se detenía.
Incluso, para ciertas lides, se creía envalentonada.
El correo se seguía repartiendo.
Las cartas, en manos de la cartera, llegaban a su destino final en los buzones de Santiago, ¡tan prosaicas!
No, ya no... Ya no viajaban cartas de amor.
Jose Gracia y Calvo
Santiago de Compostela
22/VIII/MMXVII
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