Mira al mar, Portugal.
Ojos de esperanza, semblante serio.
y no aparece una sonrisa, rostro sereno.
Mirada ceñida.
Portugal reflexiva. Vieja.
Como mi abuelo.
Sabia, esperanzada Portugal.
De norte a sur, el agua corre.
El agua salta.
Portugal envuelta, rostro marino.
Portugal besando, quizá su destino.
Mira inteligente, impertérrima.
Impertérrima Portugal, serena.
Sosegada... ¿Dormida?
Viva, muy viva. Lanzando xávegas.
Buceando, surcando una historia
pasada. Una historia
¿parada?
Fresca piel litoral,
la sonrisa se le va con la deriva,
se le fue, no encontramos comisuras...
Salada, curtida, aventurera, marina.
Mirando a donde le queda. A donde puede.
Y le llega agua dulce que la envenena.
Toda, toda Portugal es litoral.
Portugal amarrada al Viejo Mundo.
Si largara amarras, isla lusitana
entonces miraría a todas partes,
pero
¿quién la vería?
Fresca, vieja, mergulhando,
saladísima.
Portugal.
Jose Gracia y Calvo
El Puerto de Santa María (Cádiz)
2/2/2mil2
Menos de un segundo de televisión. Tan sólo una imagen relampagueante. Una mujer sumergida en un azúl cálido, profundo, misterioso, sabio, sereno, incierto, dinámico, viejo e innovador, histórico y futurista. Con cabellos pelirrojos al son de un dinamismo marino incontralable. Como una de aquellas postales mías de la Expo de Lisboa. Sólo eso, menos de un segundo. Y ese azúl tan sabio y poderoso, misterioso y dubitativo, temeroso de romper en olas. Y esa mujer jóven, de ojos abiertos como platos, de cabellos atrevidos, rojos y rebeldes, de rostro entre asustado y perplejo, expectante. Todo encvuento en sal y frescor, a medio ahogar, aguantando la respiración. Como compungidos. Como oprimido. Luchando y disfrutanto por salir adelante.
Esta breve imagen me llevó a portugal. La trajo a mi mente.
Era Portugal. Así ví a a Portugal. A Portugal la que amo.
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